Nací el 28 de agosto de 1992. Desde muy pequeño, Dios me regaló el don de la música: la capacidad de ejecutar instrumentos sin haber pasado por una academia. A los 11 años, viví un momento que marcaría mi destino. Estaba sentado junto a mi abuelita “Mey”, viendo un concierto en televisión cuando apareció un saxofonista. Ella me dijo con ternura:

“Samuelito, aprende a tocar el saxofón y me das una serenata…”

Lo que no sabíamos es que esas palabras eran más que un deseo: fueron una profecía. Dios la usó para despertar en mí el llamado que hoy forma parte de mi propósito. Le cumplí su petición… le regalé esa serenata en vida y también en su despedida. Cada nota que hoy sale de mi saxofón lleva su memoria, su sonrisa… y la adoración más sincera a mi Padre Celestial.

Como el profeta Samuel, fui entregado al servicio de Dios incluso antes de nacer. Hoy, por Su gracia y misericordia, sigo aquí: sirviéndole con el talento que Él puso en mis manos, usando la música como instrumento para tocar corazones y llevar Su luz a través del saxofón.